La encontré un día por casualidad. Ruinoso caserón viejo abandonado. La curiosidad me devoró. Entré. Crujido de maderas. Habitación llena de trastos. Inquieta, no paraba de remover entre los cachivaches. Y no sabía porque lo hacía. Mi cuerpo se había convertido en una marioneta. ¿Quién o qué movía los hilos? No lo sé. Pero era una fuerza indescifrable y enigmática la que me guiaba. Y yo me dejé llevar, una vez más. Revolvía. Hasta que lo encontré. Soplé y una cortina de humo salió huyéndome. Era un gramófono. Y desde el primer momento que lo vi, me eclipsé. Y la vibración insonora de sus ondas me invitaba a llevármelo. Lo hicé.
Aquella noche, como tantas otras de esas visitas furtivas a tu piel, también estaba. Y sonaba como ruido de fondo. Se cerró la luz. Y juntos caímos envueltos en los brazos de Morfeo.
Bombardeo de colores. Un brazo de ése deslumbrante arco iris matinal me acarició el pecho. Tú dormías. Y mientras, yo te intentaba memorizar los lunares y saber dónde comenzaba tu barba.
Pienso en nosotros. Cavilo en un nosotros en sepia. Parece que estamos a principios del siglo XX. Será la magia del gramófono. Ese halo de nigromancia. O esa aroma a fascinante incienso.
Y no me resisto a darte un beso. Suave, pero cálido. Y despiertas. Me regalas ese brillo que me trastorna.
Es un enigma el cómo suspiras a través de mi pelo enmarañado. Es un misterio verme embobada en tu pupila. Y se me pierde el sentido común, como tantas veces cuando estoy a tu lado.
¿Y quién sabe? Quizás el sonido de los acordes clásicos revoloteando sobre mis pulmones me hicieron comprender muchas cosas.
Y es que si mi mirada baila con la tuya, el momento es lo de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
aletearon